El caso Rubiales | Fútbol | Deportes

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Luis Rubiales besa a Aitana Bonmati después de ganar el Mundial, el pasado domingo.Chris Putnam (DPA vía Europa Press)

Las decisiones que adopte en las próximas horas la Real Federación Española de Futbol, una asociación privada pero de innegable trascendencia pública como organismo rector del fútbol, tendrán relevancia más allá del propio fútbol. Ese deporte que el pasado domingo nos dio una de las mayores alegrías cuando la selección femenina ganó merecidamente el Mundial ante la potente selección inglesa.

Las expresiones de alegría en la calle y en los medios de comunicación eran un homenaje a las “campeonas” (sí, en femenino plural, que no todos conjugaban bien el día del triunfo), que habían conseguido una gesta en la que pocos creían. El esfuerzo, la constancia y el afán de superación que exige la práctica de todo deporte es siempre de un grado superior cuando se abre camino, como han hecho las mujeres en el fútbol femenino. Queda todavía mucho para conseguir la igualdad con el fútbol masculino, pero después de esta Copa del Mundo ya nada será igual.

Como no hay dicha perfecta, un acto injustificable por parte del presidente de la RFEF, Luis Rubiales, ha venido a enturbiar el logro histórico de las campeonas. No lo consintamos ni nos distraigamos. No es relevante el nombre de la mujer que tuvo que soportar estos hechos, ni ninguna otra circunstancia que pudiera alegarse, como la euforia del momento, para justificar lo injustificable. Centrémonos en el reprobable comportamiento público del presidente de la Federación en el palco de autoridades, donde no parece ser merecedor de estar y, sobre todo, en el acto de entrega de medallas, donde de manera unilateral y por sorpresa (el vídeo no deja lugar a duda) propinó –el término me parece adecuado al caso– un beso en la boca a una mujer que participaba en un acto protocolario y recogía la medalla que, junto a sus compañeras, acababa de ganar. Siendo este acto el más reprochable, no fue el único que protagonizó Luis Rubiales, que también cargó sobre su hombro a otra jugadora y repartió gestos y actitudes desproporcionadas con poco tino.

Preocupa especialmente la actitud con la que actuó el presidente de la Federación, como si su comportamiento fuera algo natural o habitual en una celebración deportiva. Sigo el deporte habitualmente y desde el primer momento las imágenes me parecieron poco comunes por el afán de notoriedad del protagonista, poco habitual en un representante de una organización, en este caso, la Federación Española de Fútbol. Un buen presidente debía saber que ese día las protagonistas eran las mujeres que integraban la selección española, las que salieron al campo y las que no lo hicieron. Ellas hicieron historia. Los demás las acompañaban.

Aunque es reconfortante ver la reacción de la sociedad, desde luego de muchas mujeres, de representantes de fuerzas políticas, del Gobierno en funciones y de los medios de comunicación, entre otros, que han reclamado la adopción de medidas de sanción para un presidente cuyo comportamiento fue inaceptable, también es destacable la tardía e insuficiente respuesta del fútbol masculino, como si hubieran necesitado tiempo para darse cuenta de que estos hechos también les afectan, como afectan al deporte en general y a la sociedad en su conjunto. La igualdad de las mujeres es un asunto de toda la sociedad. Cualquier mujer puede verse involucrada en un acto sexista como el que tuvo que soportar la jugadora de la selección española, como ella misma ha denunciado. Por ello, las medidas que se adopten deben ser acordes con la gravedad de los hechos: primero, el atentado contra la dignidad y la libertad de una mujer, pero también el daño a la imagen y reputación del fútbol y, en fin, de todo el deporte español.

Luis Rubiales incumplió el Protocolo de actuación frente a la violencia sexual de la Federación Española de Fútbol que preside y que declara inadmisibles y sancionables situaciones y actitudes como las protagonizadas por el presidente de la Federación (excesivo e inadecuado acercamiento en el contacto corporal, abrazos, apretones, tocamiento de ciertas partes del cuerpo, cachetes o besar a la fuerza). La primera reacción del presidente de la Federación fue una tímida justificación, que no llegó a disculpa. Fue la manifestación de quien considera que “no es para tanto”; pero sí, fue para tanto y para mucho más. La disculpa, cuando llegó, fue insuficiente. Una disculpa de quien no ha llegado a entender que no puede imponer un contacto físico de esa naturaleza a ninguna mujer, ni en público ni el privado, ni siquiera en el contexto de “colegas” que celebran una victoria. ¿Habría hecho algo equiparable a un hombre? Me atrevo a contestar que no.

A partir del “caso Rubiales” la presencia del presidente de la Federación en cualquier acto relativo al fútbol femenino recordará, sin duda, este comportamiento y me atrevo a decir que contaminará cualquier decisión que adopte en el futuro en el ámbito de sus funciones. No parece viable que pueda mantenerse en el cargo hasta el final de su mandato, en 2024.

La historia de la lucha por la igualdad de mujeres y hombres está presidida por la ausencia del reconocimiento de aquéllas como verdaderos sujetos políticos y sociales y su minusvaloración como agentes activos en cualquier ámbito del espacio público. La legislación y las políticas democráticas han permitido avanzar extraordinariamente, pero la lucha por la igualdad es una lucha diaria, que exige perseverancia y resistencia ante cualquier retroceso. Por eso actos como los que ocurrieron en la final del campeonato del Mundo femenino no pueden volver a suceder.

La Asamblea General Extraordinaria de la Federación Española de Fútbol que se reunirá en pocas horas no debería dejar sin respuesta estos hechos, tanto más cuando la FIFA ya se ha adelantado anunciando que ha abierto un expediente disciplinario a Luis Rubiales por el beso a la jugadora de la selección española, que podría terminar incluso con su inhabilitación. La credibilidad de la Federación Española está en juego y en este partido no cabe prórroga.

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By Wilton Centeno Almaraz

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