Creo que fue durante el programa 330 de La Sotana (desde hace unos años el podcast más influyente y con mayor capacidad de penetración entre el aficionado menos ortodoxo del Barça), cuando Andreu Juanola, su hermoso presentador, aseguró que de ninguna manera se podía atisbar un trato hostil hacia Dembélé en su regreso a Barcelona. “Yo, no”, dijo escueto y con tono neutro para desmarcarse de cualquier predisposición a la revancha, apenas el típico desprecio por no mostrar aprecio. Al día siguiente, mientras el francés se dirigía hacia el banquillo con la faena hecha y el Barça virtualmente eliminado de la Liga de Campeones, las cámaras de televisión enfocaron en la grada al propio Juanola, de pie y enfurecido, mientras descargaba toda su ira podcastera sobre el pobre Dembélé, que aprovechó el paseíllo para agradecer la tormenta con sonrisas y aplausos.
No es sencillo determinar cuándo se rompió el amor entre Dembélé y el club azulgrana, suponiendo que alguna vez haya existido algo semejante. Hablar del Barça en su conjunto es hablar de millones de personas incapaces de unificar criterios salvo en contadas ocasiones. Como el martes, por ejemplo, cuando el PSG cayó eliminado frente al Dortmund y todos pensamos que el francés seguía siendo un pésimo negocio para nuestros intereses incluso tanto tiempo después. Su fútbol de ruleta rusa era uno de los últimos clavos ardiendo a los que asirse para evitar una nueva hecatombe mundial, la enésima rendición colectiva, otra Copa de Europa más en las vitrinas del Real Madrid. Pero la bala apareció demasiado pronto, como el Gordo de Navidad de 2004, y cualquier esperanza de redención quedó truncada de inmediato, quién sabe si para siempre.
Este Dembélé, rocambolesco y despistado, representa todo lo malo del Barça moderno: un club arruinado por pura improvisación, a golpe de intuición y carente de contrapesos, especialmente en el área deportiva. ¿Conocen a alguna otra entidad en el mundo capaz de rozar la bancarrota a los pocos meses de cobrar el traspaso récord en la historia del deporte profesional y anunciar el mayor nivel de ingresos que jamás se haya visto en un club de fútbol? Pues así es el Barça del delirio colectivo que invirtió en los traspasos de Ousmane Dembélé, Philippe Coutinho y Antoine Griezmann el equivalente a la mitad del dinero que, a día de hoy, cuesta todo el Espai Barça.
Nadie sabe a ciencia cierta qué podría deparar el futuro al club catalán, que mira de reojo hacia aquel pequeño pueblo de Lugo, no recuerdo el nombre, al que la lotería regó de millones y problemas hace más de una década: el dinero y la suerte, si se administran a bandazos, siempre terminan en maldición. Y mientras tanto, en Madrid, los aficionados blancos esperan la llegada de Kylian Mbappé sin que su equipo haya dejado de competir en Europa ni una sola temporada en los últimos años, abonado a las semifinales de la máxima competición continental por un coste muy inferior al de dispararse en el pie y vendarse la herida con filigranas de YouTube.
“¡Si no sabe hablar!”, le dijo Messi a Mateu Lahoz un día que este se empeñó en expulsar a Ousmane Dembélé por protestar. Aquella escena resumía a la perfección todo cuanto estaba por venir, todo lo que en aquel momento nos parecía imposible, todo cuanto nos negamos a aceptar, todavía, como próximo destino. Esta es la herencia final del mejor Barça de la historia… Y todavía no ha nacido cabeza que alumbre, ni de cerca, al peor.
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